Mozart es un hechicero, un chamán de las tonalidades mayores. Desde pequeño desarrolló la virtud de ser imprescindible, virtud que solo los genios poseen, —pero insisto, más que un genio fue un hechicero—; sus conjuros sonoros prevalecen con una eficacia y una pasión insaciables, aún después de doscientos cincuenta años.

Mozart no tuvo que envejecer porque no pudo ni podrá envejecer nunca, ese es su sortilegio; al escucharlo nos comparte vida, nos entusiasma con su embrujo de la tónica a la dominante. Desde su infancia, cualquiera que lo mirara quedaría embrujado, inminentemente, hechizado de pies a cabeza con su persona y lo hacía con la música trasparente, porque él no miraba a nadie, solo veía el sonido.

Bautizado como Johannes Chrysostomus Wolfgang Theophilus, desde su nacimiento poseía el sonido en sus manos, en sus ojos. Él miraba hacia adentro, miraba la música dentro de sí, como si se tratara de algo tridimensional: tiempo, trama y consonancia.

Moldeaba la música de la misma forma que una escultura invisible, viviente. De sinfonía en sinfonía, de sonata en sonata, inagotable. Nunca puso notas de más ni de menos, ese era su artilugio. En sus óperas nos anticipó las intenciones de su encantamiento; su alquimia consistía en hacerte creer en las cadencias exactas, inagotables; mago de los acordes aumentados, de menor a mayor o viceversa, troquelaba el sonido como si se tratara de una pócima contra la muerte y fue más allá que los alquimistas. Habló con ángeles y no tardó en encontrar su propia piedra filosofal, y lo hizo con música pura.

Pero su hechizo mayor fue diluirse a sus treinta y cinco años. Lo hizo asombrosamente deshabitando su cuerpo, tirándolo en una fosa común para que no le estorbara; a su alma, a su genio, se desprendió de su armadura mortal que tanto y tanto lo había condenado a vivir enfermizo desde pequeño, y lo hizo pobre. Sin amigos, sin parientes que lo convencieran de lo contrario, se transfiguró a su sonido y ese fue su mejor embrujo: trasladar su alma a la música para no morir nunca.

It is quite unusual and anachronistic to associate classical composers with Hip-Hop and modern life.
LEGEND is a fun conceptual project based on the famous tag line "Thug life". These beer cans are a tribute to "Classical Thugs" and we had a lot of fun designing those! These cans have been designed by french creative agency Studio Blackthorns. This project is a part of its 366 Cans Challenge for the year 2020.
Foto del Studio Blackthorns