Teoría sobre el alma
VICENTE RODRÍGUEZ | Aunque el alma, sea una herramienta de destino, el timón de las verdades absolutas, un dulce huésped del cuerpo, ¿de qué serviría un cuerpo sin alma, como decía Platón?, somos pequeños Dantes inventando nuestra pequeña «Divina Comedia».
I.
El alma como cuerpo invisible, en su inimaginable viaje, dijo Sor Juana, «va tejiendo de los átomos escalas», buscando llegar a las cúspides. El alma tal y como debiera ser su devoción natural: escalar, augurar, engendrar, invocar, vive por la voluntad de coronar estrellas, transita por naturaleza hacia las alturas, donde habita el infinito, para desvanecerse en una auténtica leyenda individual, como quien conquista una constelación reciente, cosechando la vida a favor de un corazón extraordinario.
II.
Sin embargo, el sazón de algo superior para el alma no existe, solo son las alturas del desvanecimiento, a menos que, bajo pretexto o voluntad propia, invoquemos al destino, forzándolo a «nuestros provechos», lo cual desmiente los ejes por donde creemos que transita la vida. Me refiero al alma que nos hace humanos, sencilla y simple, mas allá del logos, el alma como termómetro de lo imaginario, que únicamente es, y por eso, es tan extraordinaria.
III.
Aunque el alma suele ser muy niña, a veces ingenua, simplemente añora llegar a la cúpula del cielo, de cualquier cielo a cualquier distancia; traspasar las nubes y acomodarse en el horizonte, persiguiendo el calor de las cosas legítimas, cercanas al sol, a la luz, de la misma manera que el abrazo, un auténtico abrazo, cuando de verdad se abraza lo que se ama —aunque a veces suele confundirse—, el alma desea habitar un tipo de cúspides genuinas, que no se desmoronen cuando la verdad roce sus cimas, con ese viento amoroso que siempre termina por desnudar al engaño, y aunque el alma a veces se lía, jamás usa trucos; amorosa habitante invisible, dulce forastera, solo es pasajera del tiempo puesto que, invita a recorrer la distancia que existe entre lo cierto y lo falso, la diferencia entre presente y pasado, entre auténtico o apócrifo, de tal forma que, es el tiempo mismo quién le otorga razón.
IV.
Algunas veces, nos gusta creer que el alma pertenece a lo divino, un modelo a imitar, y es cuando me pregunto... ¿para qué intentar igualar a un Dios que parece hombre o viceversa?, puesto que el alma nada tiene que ver con perseguir un Olimpo, un «Paraíso», todo queda sustituido con una caja de Pandora; implacable amiga presente, densos peldaños en la ambición del mundo instantáneo, de quien finge la persecución del sol, con el poder de su vanidad, porque el alma no son solo alas. Ícaro lo demostró con su propia teoría, por el contrario, el alma jamás se derretirá entre mas se aproxime al sol, es por eso que no se prostituye, no se negocia, no es alimento de soberbia, aunque nos lleve en vaivén, no se puede tergiversar, gritará en silencio tantas veces sea necesario la voluntad de creer en la única forma de vida que conocemos, recordándonos que el «paraíso» no está en lo que auguramos, sino en lo que sembramos, en lo que soñamos. El alma es nuestro cómplice, es ahora que comprendo a Benedetti: todos necesitamos un «alguien que nos ayude a usar el corazón».
V.
Aunque el alma, sea una herramienta de destino, el timón de las verdades absolutas, un dulce huésped del cuerpo, ¿de qué serviría un cuerpo sin alma, como decía Platón?, somos pequeños Dantes inventando nuestra pequeña «Divina Comedia». Tampoco se trata de falsificar la inmortalidad, no es vehículo que nos lleve al paraíso o que el cuerpo vaya al Hades cual desecho, como dijera Dante, de manera que, de nada serviría el castigo para un cuerpo sin alma, es así que, cuerpo y alma moran en el mismo lugar, son un engranaje perfecto que funciona para alimentar la calidad humana, es por eso que, intento explicar la anatomía de este presentimiento. Augura Sor Juana: la salud del alma la podemos conocer en el «conticinio», cuando el silencio, ése, el que conmueve germina, y es ahí donde construye esta paradoja.
VI.
Debido a que es indiscutible la necesidad de ser alimentada; el alma, como privilegio extraordinario, nos convoca a unir presagio y desvarío en un solo elemento, para después llevarlo a su consecuencia lógica: la pasión infinita. De esa manera, el alma, aunque siendo nuestro complemento, no nos pertenece, pertenece al cosmos, es solo una antología de nuestra existencia, se alimenta con pensamientos y esperanza, con verdades y silencio, con ese amor interminable que nunca claudica, porque el alma, ciertamente, también es utopía.